domingo, 31 de agosto de 2014

Que ingenua, era Pompeya gritando huida.


Que ingenua, yo, que creí encontrar una media naranja 
cuando lamía el filo del cuchillo sangrante de cortarla. 
Y casi me dejo ahí la lengua, con todos los versos que eso conlleva. 
Los besos, quiero decir.

Que ingenua, yo, que me dejé embaucar por la mirada de la luna 
y no miraba más allá que el puto reflejo de la misma. 
Y casi me dejo ahí la poesía que le había robado a Becquer, 
o lo que es peor, a Sabina.

Que ingenua, yo, que lo vi vestido de verde y pensé 
"o es príncipe o es sapo" y me salió fantasma sin castillo. 
Y casi me dejo ahí las cadenas 
de mil presos por amor.

Sí, que ingenua, yo, que creí ver nacer el Verano en su boca, 
ponerse el sol en su ombligo,
llorar al Vesubio de risa,
y era Pompeya gritando huida.

Hay que ver lo ingenua que pude llegar a ser,
creyendo que una barba ata más que un calendario, 
que el tiempo se mide en suspiros y no en arena,
pero nunca me llevó a ver la playa.

Yo, que pensé en irme con él,
a sabe dios donde, sabe dios cuando.
Que creí quererlo, solo sabe dios cuanto,
y en realidad, no eran mariposas, era hambre.

Que ingenua, 
sí, era hambre, 
pero chico, 
era hambre de ti, 
solo dios lo sabe.

Mi musa.

A falta de palomas mensajeras, a mí, me quedan folios. Muchos folios. Una habitación pintada de blanco y un cuerpo repleto de renglones escondidos en los que escribirte. 
Como no voy a querer despedirme mil veces si todavía no sé con que parte voy a quedarme de ti desde que nos conocemos. 
Lo siento, pero en este "adiós" no cabe todo lo necesario para que te alejes tanto tiempo. Me dice la cremallera que no puede cerrarse, que se atasca con tantas palabras. 
Nunca se me han dado bien las despedidas. 
Creo que la gente, que tú, deberías irte sin avisar. Y ya si quieres, vuelves sin avisar. Y ya yo, me encargo de olvidarte, o no. Tampoco voy a avisarte si lo hago. Pero espero que te quede bien claro que si vuelves, voy a darte un beso en la boca y a llenártela de ganas de ti mismo. Porque de mí, voy sobrada. Dormir conmigo no es novedad ya, y ojalá hacerlo contigo no lo fuera. 
Espero que no te vayas mucho tiempo porque, si es así, van a acabar censurándome las manos por acoso reiterado a la falta que me haces. 
Cada uno busca sus musas en donde le da la real gana, y yo, fui a buscarme una, realmente complicada, cariño.

Mil colillas para olvidarte.

Quién me iba a decir a mí, que de tí me dolería más la ausencia de textos que los hasta luego. Y no es poco. Verte en línea y no escribiendo es como verte cruzar y que pases de largo, mientras yo, bajo la cabeza y me resigno a despedirme a gritos. Pero muy bajito. Gracias por enseñarme, o intentarlo al menos, a decirte adiós antes de partir. Gracias por partirme como nadie. Soy los pedazos de la nada más bonita de este mundo, gracias a ti. Sin duda, me guardo los mejores planes, los que nunca hicimos. Que le den por culo a las mareas, y que hagan lo que quieran, yo no vuelvo a pisar la playa si no es de tu mano. Y no, no pienso pasarme nunca más por el bar de siempre. Me despido de todo lo que me recuerde a ti. Si es que lo más bonito de lo nuestro, fue que nadie se enterara, fue besarnos muy bajito para no hacer ruido y retumbarnos por dentro. Si tengo que quedarme con algo de esto, es con eso. Más que nada por que no soportaría que nadie me preguntase por ti cuando no estés, porque de recordarte, me quiero encargar yo sola. Que me va a sobrar con acariciarme sin querer los labios para saber a noches. Nunca mejor dicho. Si me tengo que quedar con algo de lo nuestro, me quedo con los paseos a los mejores miradores de la zona, que, sabes? Podías habértelos ahorrado por que yo, desde el principio, me conformé con tus ojos. Y ahora, ya ves, ahora, que sigues pisando las aceras de mi ciudad, restando las horas a toda ostia, evitando quererme, ahora, esto es todo lo que me queda, mil colillas para olvidarte, y el principio de un invierno.

jueves, 28 de agosto de 2014

Somos la generación perdida más bonita del mundo.


Nos gusta el sexo a pelo,
el pelo largo,
largos los orgasmos,
y más si son compartidos.
Compartir vicios,
el vicio en vena,
las venas a toda ostia,
las ostias en la cama.
Las camas para dos,
dos en una esquina,
las esquinas a oscuras,
las oscuridad en compañía.
La compañía en buenos ojos,
los ojos verdes,
y los verdes para fumárnoslos.
Fumar por la mañana,
y las mañanas tardes.
Las tardes tempranas,
para aprovecharlas.
Aprovechar todo lo del plato,
si nos gusta.
Los gustos distintos,
diferenciar labios,
los labios pegados,
pegarnos la piel.
Las pieles morenas,
los morenos en bañador,
los bañadores mojados.
Mojarnos sin que llueva.
Llovernos en Verano.
Veranear en todos los sentidos,
y sentirnos hasta corrernos.
Nos gusta el sexo a pelo, el tabaco aunque mate, y el amor aunque duela.
Somos la generación perdida mas bonita del mundo.

Vamos a llovernos, joder!



Nos gusta la lluvia solo si nos mojamos dos veces. 
Los gritos si son de placer. 
Compartir cama, desnudos. 
El humo, mejor, si es de otra boca. 
El alcohol directamente en vena. 
Llorar de risa. 
Las despedidas si son con un "hasta luego". 
El casco viejo repleto de gente joven. 
La música, si crea banda sonora. 
Las copas, en buena compañía. 
El verano solo con poca ropa. 
Estudiar, anatomía. 
Los dientes si muerden, las caderas rodando, las guerras de besos, los versos a la cara, las mentiras levantando una ceja, las buenas noches calentitas, los coches rumbo a cualquier lugar, las mantas cuando sobran, las mareas cuando suben y la pornografía si se esconde en una mirada.


Nos gusta darle la vuelta a las cosas, y sabiendo esto, siguen sin gustaros los inviernos adelantados?
Vamos a llovernos, joder, 
antes de que vuelva 
a salir el sol, 
ahora, que todavía 
hace calor.

martes, 26 de agosto de 2014

El amor, besa como nadie.

No he venido hasta aquí para que unas líneas me expliquen lo que es amor, queridos románticos rezagados. He venido en busca de un motivo que me aleje de sus besos, porque al leer, le creo, no le quiero. Que es algo muy distinto. Y ya de paso, me gustaría saber, al igual que en la literatura Barroca, cuánto duró nuestro principio, dejó de ser historia y llegamos al final. Porque si un beso son dos líneas y el resto del cuento es despedida, esto, no compensa. A ver si empezamos a tener claro que no buscamos a alguien con quien gritar aleatoriamente, porque nos gustan más los abrazos calentitos. Las fiestas de sonrisas y temblar con una mirada. Sí, madurar, es aprender a despedirse. No está mal para una entrada, para un estado, en lugar de un simple adiós. Pero si la valentía está en decir todo aquello que callamos y las mayores verdades se dicen a los ojos, a mí, esto, me va a costar más de la cuenta. Vamos, que yo he decidido esperarte en mi cama, entre líneas que me abracen las pupilas, creyéndote una vez más, aunque vuelva de nuevo a ser la niña de cinco años que se reía del mundo, por que no te conocía. No sé que buscáis vosotros en unas líneas, yo, no quiero que nadie me diga lo que es amor. 
El amor no se explica, no se escribe, no se lee. 
El amor, queridos, tiene el color de sus ojos, 
huele a su colonia, 
me gusta más con barba, 
y besa como nadie.

lunes, 25 de agosto de 2014

Y por dentro, nada.

Le dijo que no.
Y retumbó como un sí a gritos por dentro, que no le dejó sonreír.
Fue en ese momento cuando decidió mirarlo a los ojos.
Más cerca, más...
Diferente, como nunca. 
Hasta siempre.
Se juró muy bajito.
Desde cuando las despedidas 
suenan como cerrar un libro de Sabuda? 
Sí, desde que guardan más que lo que fueron.
Desde que se puede matar a alguien que nunca suspiró.
Y bajan las mareas que no subieron.
Desde que tenerlo delante, no le hacía sonreír. 
Aunque besarlo siguiera siendo su hobby favorito. 



Pasó un coche, otro, y otro. 
Y la calle volvió a amanecer. 
Había pasado toda la noche sentada en aquel rincón.


Desde luego, 
nadie sabía 
cuanto duraban 
las despedidas 
después 
de decir 
"adiós".

A ver, si un día quieres...

Sabes eso que hace la gente
de caminar durante días
para llegar a un lugar
en el que ni siquiera estás tú?

Porque si estuvieras
lo entendería
pero ni siquiera estás.

Pues yo
como ellos
he decidido caminar
todos los días un poquito.

A ver si una mañana
me despierto a tu lado
y sé que he llegado
al fin del mundo
o a tu ombligo.

Y que ya puedo
 dejar de fumar
y de pedirle cosas
a las estrellas fugaces
porque las tengo todas
a mi lado.

A ver,
si un día quieres,
puedes ser,
mi camino de Santiago.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Aunque tenga que llamar a los besos homicidios.

Espero que nunca me leas, porque ha llegado el momento de ser sincera.
Si no puedo decírtelo a la cara, te voy a regalar todas mis líneas.
Ven, y acércate un poquito más que voy a matarme, y quiero que lo veas.
Ven y dime que ya no quieres volver a verme,
así podré perderme por completo, sin esperar encontrarte en cualquier esquina.
Empieza la cuenta atrás, de este tiempo que nos dimos sin hablar, entre besos, mañanas y sonrisas.
Tengo trescientas cuarenta y siete horas para escribirte que no te vayas.
Y más de un millón de planes pendientes. Casi tantos como besos guardados en mi boca, solo para ti.
Párteme todo tipo de esperanza, y acaba conmigo de una vez.
Acorta los caminos de mis ganas a tu ombligo, que se me están haciendo largos, y me cuesta respirar.
Cierra todas las ventanas de tu casa, no me dejes entrar nunca más.
Sin embargo, yo dejaré todas mis puertas abiertas para que vengas a matarme,
y por favor, entra de puntillas y que no te oiga, y házmelo por la espalda, que ya no quiero verte.
Miénteme y dime que me quieres, solo para hacerme sonreír,
acaba conmigo de una vez, por favor te lo pido.
Que yo sigo queriendo agarrarte de la mano, aunque tenga que llamar a los besos homicidios.
Y abrazarte ha empezado a ser como sentarme al borde de un acantilado.
Imagínate lo que ocurre si te miro a los ojos.
Contéstame como puedo decirte que te quiero, si todos los besos están dispuestos a salir,
si solo sé sonreírte aunque quiera llorar y versarte está siendo como un disparo en la boca.
Espero que nunca me leas, porque quiero seguir escribiéndote las horas que me quedan.
He hecho una lista con las promesas que quiero cumplir al verte marchar.
Salir corriendo detrás de ti, ser la vencida en esta historia, no ganar por primera vez.
Dejar de fumar, echarte de menos, esperarte hasta desesperar.
Volverme loca cada noche, masturbarme pensando en ti.
Abrazarme a la almohada como si de tu pecho se tratase, no volver a ver la luz del sol. 
Quiero salir a buscarte, ahora que sé que sigues cerca, y gritarte muy bajito que te quiero, 
como llevo queriendo hacerlo desde el principio. Cuando eras un desconocido. 
A mí me sigue sonando el viento a blues, y se me levanta la falda a cada paso, 
me siguen brillando los ojos al levantarlos, y me tiemblan los labios, 
y todos los besos que no te he dado cada vez que me siento a escribirte.
Imagínate la guerra de soldados y princesas, que se me desata cuando te veo venir. 
Si tengo que ser una de ellas, 
yo ya he elegido, 
prefiero dejarme morir, 
a vivir sin ti.


“Carta de despedida”

“Encantada de conocerte”, piensa en escribir tiempo después mientras coloca con suma delicadeza el sujetador que acaba de quitarse sobre la silla. Repite el acto con sus pantalones y posa los calcetines sobre los zapatos alineados justo debajo. Solía ordenar la ropa de este modo antes de acostarse, por si le llegaba en cualquier momento un mensaje que pusiera “baja” y tenía que vestirse a toda prisa. Y ojalá le llegara, porque todas las mañanas volvía a encontrársela intacta. Al finalizar su rutinaria tarea se sentó en la cama, se cubrió con las mantas hasta la cintura y empezó a escribir. “Carta de despedida”:

“Encantada de conocerte. Contigo encontré todo lo que buscaba. No me guardo para mí las ganas de que sepas como soy, ninguna parte que no hayas descubierto. He sonreído más que nunca, me lo he pasado como con nadie en todos estos años, he sido, sí, feliz. He cantado a gritos y a tu unísono, y he fumado siempre que me ha venido en gana. De hecho, hasta hace poco, te he besado siempre que me ha apetecido y, eso era lo que más me enloquecía. Te he dicho sin articular palabra todo lo que me gustaba, y me seguirá gustando estar contigo. Eres un buen amigo, y me alegro de poder decirlo. Aunque tenga que saludarte por las aceras como si fueras un extraño, y me cueste de sobremanera. Me fascina tu manera de hacer las cosas, demasiado bien. Tu estilo musical, tus ojos cuando cambian de color, y solo lo veo yo. Me gusta todo lo que no le ha gustado a nadie de ti, y por eso sé, que como te abrazo yo, no te abrazarán nunca. Me asusta la idea de que te alejes, pero me enamora tanto tu sonrisa que si así vas a conservarla, espero que seas jodidamente feliz. Ha sido un placer cruzarme contigo. No. Ha sido un placer conocerte, desnudarte, digo. Comerte a besos y acostarte en mi cama, despertarme a tu lado. Sí. Te quiero, y es un placer.”


Al acabarla firmó en la esquina inferior derecha y contuvo las ganas de llorar, nunca se le han dado bien las despedidas, ni siquiera entre líneas. Se dirigió a la ventana tropezando con la ropa que había esparcido  por el suelo. La miró con rabia y la dejó ahí, a la altura de todas sus esperanzas. Y al abrir la ventana recordó las páginas de aquel libro en las que explicaban con especial delicadeza la teoría de los tres elementos. -Cuando quieras despedirte de alguien, escríbelo en un papel y después, quémalo. Suéltalo y deja que vuele, que se caiga y que se pierda.- Encendió el mechero y cerró los ojos. Al hacerlo, el líquido aferrado a sus parpados se soltó de ellos de repente y sin quererlo, echó a llorar. Agarró la carta con su mano izquierda y desató una guerra en donde antes había ganas. Despedirse no era una mala opción pero, ¿de verdad quería hacerlo así, sin mirarlo a los ojos una última vez, sin un beso en lugar de un punto y final? En realidad, empezó a cuestionarse si quería echarlo todo a perder, las esperanzas, en primer lugar. Y sonrió de medio lado. “Nunca dejes de intentarlo”. Eso llevaba ella escrito en las mejores páginas, en su piel. Arrugó el folio decidida y pisando el sujetador que permanecía inmóvil en el suelo volvió a su cama. Sí. Cogió el teléfono y marcó. Seis lunas más para olvidarlo. Diecisiete, sus años y cinco más que hacen los de él. Nueve mañanas besándolo a toda prisa y más de quinientas noches que necesitará para olvidarlo. Más, muchas más. Silencio, demasiado silencio. Y entre la nada un latido con fuera que se le salió del pecho. “-¿Si?”... “-Te quiero”. Que mejor despedida, que decirle lo único que le quedaba por saber de ella, sin punto y final, con el fuego en la garganta y su respiración del otro lado. 

Shhh! Mírame despacio que se nos está acabando el tiempo.

Shhh! Mírame despacio que se nos está acabando el tiempo. He venido para decirte que sigo temblando cuando te encuentro de golpe. Y me asusto si te imagino despidiéndote, al igual que si apareces al cruzar la acera y no pude verte venir. Siempre tendré el pelo alborotado, las uñas mal pintadas o los labios algo secos. Siempre seré un poquito imperfecta a tu lado. Aunque tú nunca te recortes la barba para verme, ni te pongas tus mejores pantalones. Porque sabes que a mí, me gustan todos, y que estés despeinado, y tus tenis rotos, que empiezan a parecerse a mis noches. Me asaltan las dudas de si existe la vida después de ti, y si es así, vendo la mía. Entrego al diablo los desayunos que me queden, las fiestas y las copas, las películas en compañía, mi banda sonora, que es lo más importante que tengo si no eres tú. Regalo a nadie todas mis horas, para quién las quiera sin ti. Que a mí ya no me sirven para nada, ni siquiera para echarte de menos. Que si la distancia y el tiempo hacen el olvido, me muero en el recuerdo de aquella noche contigo, y me quedo así para siempre. Entrego todos mis versos, todos los que te escribí, porque no quiero volver a hacerlo. 
No sé si existe la vida después de ti, pero yo,  si es así, no la quiero.


jueves, 7 de agosto de 2014

Aunque sea sin mi, te quiero conmigo.

Y mira que nunca me he considerado religiosa, sin embargo, sé lo suficiente como para darme cuenta que aunque tengas el nombre de un apóstol, a mí solo me recuerdas a un tal Judas. Entonces llegará un momento, en el que ese beso dejará de ser por nosotros, y empezará a ser por ti, por una despedida. Seré una egoísta si te digo que haría lo que fuera por que te quedaras, aunque quieras irte. 
No sé tú, pero yo, te quiero conmigo, aunque sea sin mí.

Hay amor, y demasiada ropa.

Hay, amor, demasiado que decirte empezando por un “quédate”. 
El no te vayas nunca que ahogaré hasta el final. 
Hay exceso de terminales y poco corazón. 
Hay distancias que no se salvan entre líneas. 
Las ganas de correr hasta encontrarte y morderte desnudo. 
Susurrarte todo lo que te escribo. 
Que te quedes conmigo. 
Saber que no soy tanto como para romper tus ritmos. 
Y que puedo llegar a serlo. 
Hay las ganas de salir de aquí. 
Hay un verso escondido en mis pupilas que solo saldrá cuando te vea partir. 
Y habrá un cielo partido y los pocos motivos de volver a levantarme de cama. 
Tempestades y el puto invierno, tiene lógica, sin ti. 
Gritos de amor en el casco viejo. 
Momentos escondidos bajo los adoquines de esta ciudad, 
en cada playa, que no me van a dejar olvidarte tranquila. 
Hay una mano que ya no te agarra y que quisiera atarte a su vida. 
Hay unos labios que buscan el beso de Judas y prefieren morir a vivir sin ti. 
Esta es la gravedad del asunto, hay que empezar a alejarse, o a proponerse huidas compartidas, cariño. 
Hay amor, y demasiada ropa.


Una no puede negarse siempre...

Aquellos ojos marrones se habían pasado media vida buscando una oportunidad. Un único intento para retarse a sí mismos. Creían conocerse lo suficiente como para poder convencer a un extraño, en una noche, o en una semana, sin más, de que tenía que quedarse toda la vida. No pisaba con firmeza las aceras, ni tenía las mejores curvas, no era, en general, el pecado que todos querrían cometer. Pero ella, y solo ella se conocía lo suficiente como para saber que en aquel campo, llamado amor, no le ganaba nadie. Lo había intentado tantas veces, ya había probado los amores fugaces, las bocas de una noche, los polvos en lavabos, las camas vacías. Quería algo diferente, quería a alguien para siempre, o al menos para un buen rato, para amortizar el lado izquierdo de su cama y pasear de la mano en pleno día. Entonces apareció, y supo que era él. Él, que ya le había dado razones suficientes como para intentarlo, tantas como excusas para no hacerlo. Él, que pedía tanto y quería tan poco en un espacio irracional de tiempo, sobrándole motivos para salir corriendo. Que empezó besándola en cualquier parte, sin desabrocharle el sujetador, y que la llevaba al fin del mundo solo por verla sonreír. Que se había inventado una excusa, que quería ser feliz. Él, que sabía que solo ella podía abrazarlo así, vestidos. Y se dio cuenta, eran esos ojos color aceituna el reto perfecto, el beso de Judas que nunca quiso probar. Su momento, su tiempo. Había escuchado en algún lugar, que una no puede negarse siempre, y esta era la negación más absurda que podría cometer. Lo sabía, y se lo hacía saber, lo quería a su lado. Y empezó a contar los días, “veintitrés y sus veinticuatro horas para que se quede a vivir, o para que, al menos, si se va, se acuerde de mí.” No lo pensó dos veces, cogió su móvil y envió un mensaje “Buenos días.” Si lo intento, que sea hasta el final, desde este principio incierto.
Y...hubo final?


“La vida no está hecha para pensarla, está hecha para vivirla.” 

Nunca nadie que no seas tú.

He probado los abrazos a distancia, los polvos en lavabos, los besos aleatorios, las noches sudando, las sonrisas a deshora, el placer.

Me he perdido hasta aburrirme en habitaciones de hotel, y quién no lo ha hecho. He mordido por morder los labios de un paseante en plena gran vía, y esa noche hubo fiesta en la cocina.

También he gritado bajo las estrellas una noche, y otra, y otra. He fumado de distintas bocas, y me he perdido en paladares de todos los sabores.

Y lo que buscaba todo ese tiempo era alguien como tú, un abrazo calentito, hacer el amor en un baño, comerte a besos, sudarte, sonreírte, disfrutarte.

Buscaba quererte hasta aburrirme en cualquier hotel, para volver a tu cama. Morderte los labios en plena gran vía hasta hacerte daño y que no puedas quejarte, y pedirte perdón teniendo fiesta en la cocina.

Buscaba gritar bajo las estrellas una noche, y otra, y otra. Fumar solo de tu boca, perderme entre todos los sabores de tu paladar durante horas.

No te das cuenta que esto, es lo que quiero, todo lo que me das, todo lo que me quitas y saber que volverás con un beso y los ojos sonrientes. No te das cuenta, cariño, que aunque no duermas conmigo, la cama se me hace un poquito menos grande si sé que  te tengo a ti.


Le he cogido asco a salir, beber y beberme las ganas de alguien cualquiera, o de él, pero no de ti. Y manía a los piropos fáciles, a las sonrisas tontas, a las miradas pornográficas, a los roces de cintura, a las peticiones de Facebook, a los guiños y a las copas invitadas. 
Le he cogido asco a todo lo que no viene de ti, 
y tengo miedo a no querer, 
que nunca, 
nadie, 
que no seas tú, 
me agarre de la mano, 
aunque sea para dar un paseo.


Y, ya me has soltado, y te estás yendo. 

Tormentas de verano.

Cerró los ojos y después de mucho tiempo empezó a pensar. 
Con el rostro relajado y los brazos colgando, en pié, empezó a despegar los talones del suelo. 
Forzó las rótulas de sus rodillas y dejó que el peso de todo su cuerpo recayera en los dedos de sus pies. Fue entonces cuando arqueó levemente su columna vertebral hacia delante, flexionando las piernas muy despacio. Suave y lento empezó a descender, a una velocidad constante y casi imperceptible. Como anclada con clavos de acero al suelo siguió de puntillas en todo momento, los dedos empezaron a distanciarse y la planta del pie adquirió una forma cóncava muy poco habitual. 
Después de un buen rato la piel de sus piernas rozaba su ombligo, fue en ese momento y solo al llegar a ese punto cuando bajó la barbilla. Cerró los ojos como desvaneciéndose y el pelo le cubrió la cara. Encogió los hombros y los dejó caer con una ausencia de gravedad increíble, alzó los brazos lo suficiente como para abrazar sus propias rodillas, sin fuerza. 
Fue en ese momento, cuando cogió aire, cuando sus pechos se vieron forzados con sus rodillas, cuando supo que no podía salir de ahí, cuando le vi la cara entre los mechones de pelo rizo que enmudecían su rostro. Y lo hizo, soltó el aire, de golpe,
 como un disparo en la boca, 
un vaso roto, 
un cuerpo muerto, 
un pájaro menos, 
tormentas de verano, 
bombardeos en escuelas, 
hambre, tierra, mar.


Y rompió a llorar.